Los Invisibles.- Jose María Merino

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Me confieso sorprendido. Es esta una de esas novelas que te hacen pasar, al menos en mi caso, de un gesto de ceja enarcada a un incipiente interés, concluyendo con una sincera admiración y, aún mejor, un legado en forma de runrún sobre lo leído.

Y es que, tras leer la sinopsis, las expectativas trabajaron como de costumbre e hicieron que el principio se me antojara anodino, demasiado costumbrista: descripciones densas de los lugares comunes de la infancia del protagonista, tensiones familiares, y un amor de juventud no resuelto. Me pregunté, cargado de prejuicios, si no estaría ante un texto de uno de esos académicos encantados de haberse conocido. Unas hojas más tarde, comencé a recular. La historia se hacía cada vez más interesante y la maestría del autor se manifestaba más allá de su excelso vocabulario… en algo que Jose María Merino vino a recordarme:

«La realidad es más extraña que la ficción porque no necesita ser verosímil»

Olvidé que lo fantástico es un arte en el que debemos trazar un camino arduo y oscilante, entre lo inverosímil y lo cotidiano. Cuando terminé el libro fue así como vi a su autor: como un experto funambulista.

La novela se compone de tres partes bien diferenciadas que, finalmente, dan todo el sentido al constructo metaliterario llamado Los Invisibles. Este va desde la fantasía hacia la realidad, fusionando ambas para mostrarnos, en el acto final, ese mundo onírico en el que comenzamos a dudar que lo imposible no pueda acontecer.

 

En «La historia que contó Adrián», disfrutamos de una narración fantástica en la que un chico poco resuelto se convierte de manera inexplicable en un ser invisible. En ella, acompañamos al desdichado joven por una serie de diversos avatares: es negado por sus seres queridos, toma consciencia de otras formas de invisibilidad existentes (sociales, gubernamentales etc…), aparece un nuevo amor, incluso toda una sociedad de invisibles (villano incluido); hasta que vuelve a hacerse visible. Si la historia llegara hasta ahí, estaríamos ante una novela fantástica bien narrada, con un trasfondo interesante (aunque algo evidente), con personajes que evolucionan etc… Pero son sus otras dos partes las que convierten esta obra en algo más.

Tanto en el segundo, como en el tercer acto, el autor logra romper la barrera de lo fantástico y lo real. Jose María Merino nos muestra, en un ejercicio precioso de metaliteratura, cómo los libros pueden hacernos creer en mundos que la lógica y el razonamiento nos niega.

En «Ni novela ni nivola», el autor nos narra en primera persona cómo Adrián, nuestro protagonista, lo busca y convence para escuchar su rocambolesca historia. Es este punto, por tanto, una vuelta a la realidad en la que el autor nos hace sentirnos de vuelta en casa, en la seguridad de lo palpable y visible. Para ello hace alusión a asuntos mundanos de su día a día, menciona otros autores, incluso habla, en ocasiones, de sucesos de actualidad. En el transcurso de este acto, el autor va mostrándonos cómo él mismo va pasando de un claro escepticismo a una duda martilleante, que surge, sobre todo, de la seguridad y naturalidad con la que Adrián narra los hechos y de la falta de vacíos en su historia (a excepción, por supuesto, de lo inexplicable, su invisibilidad).

En «El mensaje», consigue, finalmente, entretejer todo el hilo narrativo de forma que esa misma duda que expresa su yo literario sobre los límites de la realidad termine asaltándonos a nosotros como lectores. La sensación tras leer la última línea es, por tanto, digna de ser experimentada.

Habilidades

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Publicado el

7 abril, 2020

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