X pensó que no sería mala idea cruzar por aquel sitio tan tarde. A fin de cuentas, no todo lo que dice la gente es cierto; mantra ese que solía desvirtuar hasta el extremo.
Si hubiera esperado unos segundos quizá la hubiera visto pasar. Pero, con el vodka y los canutos embotando sus sentidos, pensó que malgastar la noche dudando no era una opción.
La embestida fue brutal. Primero lo cegó, dejándolo indefenso; para, justo después, descargar tres toneladas de ira sobre su anatomía, ahora convertida en una masa informe de tela vaquera, sangre, músculo y hueso.
Aquella noche X expiró entre estertores sobre el asfalto. La última imagen que vio desde su atropellada horizontalidad fue la de una autocaravana huyendo por la M-30.