Qué fácil cuando todo era el día después y el día después del día después.

Nos arrastramos en un mar de gente insatisfecha, con un rumbo tan insatisfactorio como incierto, en un mar de una homogeneidad asfixiante, siempre esperando que algo pase: que algo emerja de las aguas, que divisemos una isla, que azote una tormenta o que nos asalten los piratas.

Qué fácil era ir de isla en isla, en un archipiélago de seguridad, qué fácil era…

Qué fácil querer quedarse en el sitio, echar el ancla y bucear en la nada.

Y seguimos adelante, acompañando a otros barcos fantasma en su ruta indeterminada.

Qué fácil cuando no preferíamos un banco de barracudas al ignoto océano.