—Putos frikis —dijo, y volvió a asomarse por la ventana.
Seis metros más abajo, una miríada de otakus correteaban hacia el salón del manga.
Onofre acumuló a marchas forzadas toda la saliva que pudo, forzó con un carraspeo para que el verde de su incipiente resfriado se mezclara con la parte más líquida de su regalito, y lo dejó caer. Newton hizo su trabajo y el rostro de un naruto en la treintena recibió la ráfaga líquida.
—¡Hijo de la gran puta! ¡Cabrón! ¡Baja si tienes huevos!
Onofre sonrió escondido.
Cuando dejó de escuchar amenazas, se apuró a terminar de ponerse su camiseta del Villanovense de la cascarria C.F. y su bufanda a juego; para completar la equipación, un pito naranja de esos de hacer un ruido del averno.
Abrió la puerta y se fue al campo. Como todos los domingos.
—Putos frikis.