Reptaron hacia la cúpula sobre sus siete apéndices inferiores, con la ceremonia y flema característica de los de su especie. Ninguno de aquellos cinco []X0x0X[] osaba romper la distancia exacta de nueve zeptius (casi metro veinte) que, según el estricto protocolo de decesos asistidos, debían mantener entre ellos. Tras ingresar en el recinto abovedado, fueron situándose con diligencia donde el capataz funerario les iba indicando.

—¿Cuándo podremos disponer de los conjuntos holográficos de escarnio premuerte? —preguntó uno de los individuos.

—No se apure tanto XVi?72# —hizo una pausa sensible y continuó—. Desde luego su desasosiego es tan turbador como me transmitieron.

—Es el más díscolo de los elementos lesivos para nuestra comunidad que hayan visto mis tres orbes —comentó el adjunto en labores fúnebres que acompañaba al capataz.

Un sonido amortiguado, como el de una vibración contenida, interrumpió la conversación. Todos los presentes pudimos observar como un enorme panel cóncavo, de lo que parecía ser una oscura aleación metálica, comenzó a deslizarse desde el techo hacia uno de los lados, descubriendo así una profunda oscuridad de la que emergieron infinidad de tubos tecnorgánicos. Otro ruido, justo después, hizo girar la cabeza ovalada de los sentenciados. Una mesa, de una sola pieza, apareció a noventa zeptius (unos doce metros).

—XVi?72#, MCu!21#, RHa-01@, TYe+33[] y NNo|69@, ubíquense a un zeptiu de la consola para la elección de fin vergonzante, el proceso no debe durar más de ochenta y dos eulios (poco más de cuatro minutos —ordenó el alto funcionario.

Acompañé a la comitiva rezagado, tal cual había estado haciendo durante todo el procedimiento desde nuestra salida de la sala de estar comunal. Y es que, a pesar de las virtudes del traje de simulación de entidades cosmológicas PinkpantherXII (¡algún día sabré que cojones es una pantera!), mi coordinación general era nefasta con aquella envoltura alienígena. Por lo que lo más sensato era seguir interpretando el papel de becario mortuorio que había elegido representar. Son harto numerosas las vicisitudes a las que se expone un periodista intergaláctico de profesión. ¡No saben cuántas!.

—Recuerden separarse la medida indicada en el decálogo del buen exterminio. Debieron leerlo tras su condena —recordó el adjunto.

Los reos agitaron varios de sus tentáculos en una suerte de afirmación (o eso creo).

—¡Quiero acabar ya y unirme a nuestra esencia primigenia! ¡Necesito escapar de este remordimiento perpetuo que me aleja irrevocablemente de la uniformidad deseada! ¡Por favor, acaben ya con mi singularidad! —exclamó angustiado MCu!21#.

—Valoramos su júbilo y deseo hermano, pero tanto sentimiento es el que le ha llevado a tan temprana disociación material. Silencie de inmediato sus emisores de sonido voluntario.

El interpelado acalló y el capataz prosiguió

—A continuación, aparecerán una serie de representaciones gráficas exactas de criaturas imperfectas, muy distantes de la utopía a la que aquí tendemos. Es de recibo que nuestro paso a una nueva reencarnación sea posterior a una última lección; el sentirse un organismo erróneo les hará tener una disposición aún más óptima a la reintegración.

Los cuerpos de los condenados volvieron a sacudirse, emitiendo al unísono un agudo pitido.

—Nunca vi partida más terrible que esta ­—dijo el adjunto.
—Sin duda –respondió parcamente su contertulio.

Los tubos multicolores del techo apuntaron hacia la consola y comenzaron a proyectar una serie de hologramas. La velocidad de sucesión holográfica era tal que apenas logré captar unos pocos: botais babeantes de la galaxia Saló4, lagartoides de cresta ocre de Epsilon 91 y algunos mecanicombres de mundos más allá del espacio conocido. De vez en cuando, alguno de los entes alzaba un tentáculo y detenía la muestra en una de las imágenes; sobre todo en el caso de formas de vida que barajaban como especialmente patéticas y alejadas de sus estándares de perfección.

Finalmente, una escena prevaleció por encima de las demás. En ella, cinco señoritas humanas (como servidor), bastante jovencitas y de una época arcaica, aparecían fumando y bebiendo en una especie de reunión privada (en algún contexto social festivo propio del siglo XX, si mis conocimientos de historia antigua no fallan).

—¿Son estos seres lo suficientemente aborrecibles? —indagó el alto funcionario—. Vuestro tiempo expira.

Volvieron a asentir con aquella coordinada pero anodina coreografía.

—¿Es cierto, tal como recibimos de la esencia primigenia, que se emponzoñaban a si mismos con los finos cilindros que colocaban en su apertura bucal? —preguntó RHa-01@.

—¿Dudas de la esencia primigenia?

—No, capataz.

—Necesitas tanta reafirmación… a todas luces tu reintegración es necesaria —aseveró, señalándolo con varios de sus apéndices.

TYe+33[] lo interpeló:

¡Señor! No llego a comprender que ventajas tiene el tipo de reproducción sexual de esas inmundas criaturas. La esencia primigenia nos está transmitiendo una cantidad ingente de datos atroces referentes a ellas.

—Son individuos caóticos, atrasados y perturbadores. Es de difícil comprensión, hermano. Entended solo cuan funestos son, y avergonzaros del desvío del patrón de perfección impuesto.

—¡Sí, capataz! —respondieron unánimemente.

—¿Quién será cada una? ­—inquirió el adjunto.

—Nos es indiferente, son a cada cual más abominables.

—De acuerdo, así sea —sentenció el capataz, levantando acto seguido varias de sus viscosas extremidades.

Ante mis ojos (tres en ese momento), aquellos miembros de la mente enjambre []X0x0X[] fueron alcanzados por zumbantes rayos de una amplia gama cromática. El proceso de mutación era, indudablemente, todo un paso en el acto de redención; buena fe de ello daban los gritos desgarradores de aquellos cinco infractores. Aquella tortuosa experiencia se alargó unos doscientos cinco eulios (en torno a diez minutos).

Cuando la transformación hubo terminado, aquellos []X0x0X[], ahora humanas adolescentes, anduvieron asqueados hasta donde les indicaron. En el sitio en cuestión, debían representar la ignominiosa escena. Y, con la torpeza propia del que obra en organismo ajeno, procuraron cumplir con su labor; formando al final un cuadro que, curiosamente, dibujaba una realidad muy parecida a la que vislumbraron un rato antes: cinco chiquillas de su época esgrimiendo, con total falta de destreza y gracia, tanto copas como cigarrillos.

—¿Preparados?

—¡Sí, capataz! —casi rogaron con aquellas vocecillas agudas, impropias de un []X0x0X[]

Tanto adjunto como superior sacudieron sus tentáculos en alto.

Los tubos volvieron a exhalar unos rayos, esta vez completamente naranjas, que convirtieron rápidamente la materia de sus cuerpos en una masa informe y traslúcida; no sin más alaridos de agonía.

—La vergüenza y el dolor enseñan adecuadamente —musitó el capataz.

Fue entonces cuando se giró sobre sus pedúnculos de agarre y me señaló con sus ondulantes extremidades.

—¡Y tú! ¿Qué te hizo pensar que no advertiríamos ese burdo disfraz?

—¿Me vais a matar? —respondí al instante (¿acaso algo más importaba?).

—¡No! Los bárbaros sois vosotros. Te enviaremos de vuelta a tu infecto planetoide. Y te conminamos, so pena de muerte, a no volver a meter a nadie de tu sucia ralea dentro de los límites de Orhan74. Acepta, no seremos flexibles.

—Acepto —No acerté a decir mucho más, tampoco creo que debiera haberlo hecho.

Un artefacto icosaédrico surgió del torso de la criatura, y acto seguido, tras manipularlo, una especie de sustancia oleaginosa comenzó a rodearme; sofocándome y haciéndome perder la consciencia en última instancia.

Cuando abrí los ojos (ya eran solo dos) estaba en un pequeño habitáculo. Y, si bien es cierto que mi movilidad era reducida, también cabe decir que se debía a que habían tenido la delicadeza de sondarme por varias partes (recto incluido), para ayudarme en mis funciones de nutrición y excreción. Delante tenía un panel de control (sin controles) en el que se reflejaban tanto la distancia como la velocidad de la nave: cuarenta y siete elupidions restaban hasta la tierra, y tres mil dos exxis al nemur era la velocidad de crucero. O sea, ciento veintiún millones de años luz a cubrir con un bólido que no llega a mil veces la velocidad de la luz. Desesperado eché mano de mi teleportador BluedolphinXIX de gama alta pero, a pesar de buscarlo frenéticamente, no apareció. Sabía de sobra que no estaba aquí. Es por esto que, si alguien lee algún día mi diario, le ruego que intente acuñar el siguiente dicho y le dé su merecido uso: «Hijos de puta hay hasta en Orhan 74.»