Ascendió.

Cada vez más y más. Mientras tanto, desde abajo le voceaban: ¡Déjalo ya!, ¡deja de pensar!, ¡ignora a tu inquisidor interno!, ¡dame veneno que quiero morir dame veneeeeeno!; pero ni cantando lo conseguían.

Él, haciendo caso omiso, siguió con su debate interno, con su debacle de tiempo, con un monólogo interior incesante, una lluvia de interrogantes sin respuesta: ¿Lo sentirá?, ¿lo habrá pensado alguna vez?, ¿se piensan estas cosas o solo se sienten sin más?, ¿si se piensan más se sienten menos?, ¿y al revés?.

De cuando en cuando caía en la cuenta de que cuanto más pensaba más ascendía, cuanto más ascendía más se alejaba de ella. Eso le hacía sentir inquieto, aún más, suspiraba y bajaba un poco, pero volvía a devanarse los sesos con cábalas infructuosas.

Volvió a ascender.

El globo aerostático en el que parecía haberse convertido alcanzó velocidad de crucero.

Llegó un momento en el que tan solo podía ver los edificios. En alguno de esos estará ella —pensó. Desde luego parecía que no había vuelta atrás. Poco a poco fue quedando abajo lo que ya solo parecía una maqueta, propia de esas pelis de Godzilla, de las buenas… las antiguas… no esas mierdas en las que se empeñan en no mostrártelo de cuerpo entero, como un señor.

Siguió ascendiendo.

Los rayos solares comenzaron a hacerse realmente insidiosos: repiqueteaban en su coco, como si tuvieran vida propia, algo impropio por otra parte de algo tan inerte. Le recalentaban cada vez más, por encima de las cejas ¡Como si no tuviera ya bastante!

Y el caso es que las laceraciones solares eran cada vez más desagradables, lo que le recordó entre tanto pensamiento (miradas, sonrisas, palabras dichas y calladas etc…) que el sol estaba ya a tiro de piedra. ¡Rápido!, ¡pellízcate!, ¡hazte una paja!, ¡lo que sea pero para ya!, ¡bah!, era inútil, lo sabía de sobra; se conocía de sobra.

La gente ya no era visible, y, la ciudad, más que a una maqueta, se asemejaba ahora a un circuito integrado. Tampoco podía oírlos ya, desde hacía bastante rato, pero volvía a escuchar sus voces, ahora en su interior (¡déjalo ya!, ¡para el carro!). Y es que parecía que solo pudiera hacer caso a lo que acabara formando parte de su yo interno, lo que llevaba tiempo, por lo cual, siempre estaba en el mundo con retraso. Y ahora, viéndolo en conjunto, parecía que tenía bastante sentido que en esos circuitos integrados deba de haber personitas especiales para todos, por pura matemática debía de ser así, pero siempre se le dieron tan mal las matemáticas… era más de letras.

Poco más podía ascender ya. No sin quemarse. Y es que el sol estaba llamando ya a su puerta, literalmente.

—¡Oiga! ¿caballero…? es a usted… ¿me va a responder o tengo que incinerarlo?

—¿Sí? —salió de golpe de su ensimismamiento—. Disculpe, disculpe…

—Que me preguntaba… ¿No será usted uno de esos gilipollas que llega hasta aquí por pensar demasiado no? —retoricaba el astro rey.

—Pues… Sí, va a ser que sí –Torció el gesto encogiéndose de hombros.

—¡Vaya hombre que putada…! —resopló llamas— siento decirle que tenemos poco rato de charla, de aquí a poco será usted pensador a la brasa.

—Sí… y mire usted que estaba prevenido ya ¡eh!, ¡ni por esas!, ¡si es que no aprendo!

—Su naturaleza, ¿no?

—¿Eh?

—Sí hombre, que supongo que es parte de su naturaleza ¿no?, como la mía la de abrasarlo.. Lo siento, en serio, no es deliberado.

—¡Ya, ya! No se preocupe hombre –sonrió– si el imbécil soy yo. Tendría que haber pensado menos, eso es todo.

—Ya…

—Y estaría ahí abajo… con el airecito, relajado y pisando tierra firme.

—Bueno… ¿Cómo dicen allá? La cabra tira al monte ¿No? —Le devolvió una flamante sonrisa.

—Ya le digo ¡Si más que cabra fuera un cabrón…! —Se elevó un poco más.

—Pare, hombre, pare. Relájese, a ver si al menos nos dura algo más la charla.

—¡Lo siento! Si es que…—suspiró.

—Lo entiendo. Es lo que ya le dije antes: La naturaleza que no perdona, lo entiendo perfectamente, créame. Yo, por ejemplo, sin ir más lejos, no puedo parar de quemarlo todo, es algo… como compulsivo. ¿Sabe?, es bastante difícil hacer amigos así.

El joven, que se había quedado de nuevo como en standby, tardó un poco en reaccionar: —¡Amm sí, sí! ¡Debe ser jodido sí!

Se hizo un incómodo silencio de unos segundos. Al Sol no le gustaban mucho esas mierdas, así que intervino: —¿En que piensas? —Intentó desdecirse tan rápido como reparó en su error, pero lo último que pudo hacer fue escuchar el grito ahogado de aquel soñador a destiempo.

—¡Cochifrito! —dijo el amigo Sol tras resoplar—¡Hay que joderse!